domingo, 22 de enero de 2017

domingo, 3 de abril de 2016

La historia sepultada de la Revolución Cultural china

Una estudiante camina entre las tumbas del cementerio de la Guardia Roja en Chongqing. Reuters
Un cementerio de Chongqing, símbolo del trágico legado maoísta
Cientos de miles de personas murieron en la campaña 'revolucionaria'
Sobre una de las estelas se lee «Murieron para proteger el espíritu del Presidente Mao» y junto al nombre de cada una de las siete víctimas aparece la misma fecha: 1967. Otro de los sepulcros acoge a «trabajadores del petróleo» que «se sacrificaron para defender la línea revolucionaria del Presidente Mao», según reza la inscripción. Varias de las 131 tumbas son fosas comunes como estas y todas están alineadas hacia el este, la dirección que marca el amanecer y que antaño se asociaba con la lealtad al líder supremo chino.
«El Este es rojo, el sol ha salido y Mao Zedong ha aparecido en China», cantaban sus leales seguidores, en lo que se consideró el himno casi oficial de aquella década turbulenta.
El resto de las sepulturas que acogen a los cerca de 450 fallecidos están ilustradas con mensajes similares: «¡Avanzar en la revolución!», «¡Donde hay lucha, hay sacrificio!», «Transformar la tristeza en fuerza!».
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Para Xi Qingsheng, sin embargo, el recinto y todo lo que simboliza perdió cualquier atisbo de gloria aquel 24 de agosto de 1967 en el que un miliciano del llamado Grupo 8.15, mató a su madre, la misma cuyo cadáver permanece también enterrado en este enclave.
«Ese día se hundió el mundo», rememora el ex Guardia Rojo de 64 años. Xi recuerda perfectamente esa jornada. Cómo tuvieron que huir de su casa cuando comenzaron los bombardeos. Cómo se vistieron de blanco para incidir en su neutralidad. No sirvió de nada. «Cuando caminábamos por una calle uno de los Guardias Rojos disparó sin avisar. Ni sabía quienes éramos. Me quité la camiseta blanca y la agité, pero seguía disparando. Al volverme vi que mi madre había sido alcanzada».
Las autoridades de Chongqing piensan, por el contrario, que la trágica memoria que se asocia a los cementerios que acogen a los Guardias Rojos y otras víctimas de la Revolución Cultural es todavía una realidad que hay que ocultar. Tras la destrucción de la mayoría de los más de 20 camposantos locales destinados a estas milicias, el del Parque Shapingba continúa cercado por un imponente muro de piedra, coronado en algunos lugares por alambre de espino y protegido por toda una cohorte de guardias de seguridad que impiden el acceso del público.

Olvidar "un crimen"

El mero intento de Xi Qingsheng por entrar en la necrópolis para visitar la tumba de su madre acaba con la presencia de más de media decena de policías y funcionarios vestidos de civil, que le reprochan haber traído al lugar a dos extranjeros. «Un policía me dijo que este año es muy sensible y que van a restringir la entrada a lo mejor incluso a los familiares. Quieren que nos olvidemos del gran crimen que se cometió en esos años», explica Xi Qingsheng tras ser interrogado por las fuerzas de seguridad. El denominado Cementerio de la Revolución Cultural de Chongqing ha adquirido una especial relevancia en unas fechas en las que China se dispone a conmemorar el 50º aniversario de la campaña que lanzó Mao Zedong en la primavera de 1966.
Pese a la revisión y condena que realizó el Partido Comunista Chino (PCC) de ese periodo en 1981, definiéndolo como una «catástrofe», lo cierto es que en esa resolución el liderazgo local seguía afirmando que pese a ello Mao seguía siendo un «gran líder respetado y amado».
Quizás por ello, la cúpula del PCC decidió que la década que derivó en la muerte de cientos de miles de personas o millones -los expertos no se ponen de acuerdo sobre la cifra- pasaba a ser un episodio histórico de escasa relevancia para las generaciones futuras. Hoy en día, los estudiantes chinos tienen más conocimiento de las Guerras del Opio del siglo XIX o los combates contra los japoneses en los años 30 y los 40 que de una tragedia mucho más cercana en el tiempo. La prensa oficialista ya se ha apresurado a disuadir a los que llama «pequeños grupos» que pretenden aprovechar esta conmemoración para presentar una versión «caótica y malentendida» de esos eventos y ha advertido de que las discusiones al respecto «no se deben apartar de lo que ha decidido y piensa el Partido», según ha escrito el diario Global Times en un editorial. «El consenso político se pondría en peligro y podrían generarse turbulencias», añadía.

Un tabú del que no se puede debatir

Xi Qingsheng disiente: «La Revolución Cultural sigue siendo tabú y si no podemos discutir sobre los grandes errores que cometimos nunca podremos avanzar. Todas las miserias que sufre China tienen su origen en la Revolución Cultural».
Sus palabras adquieren mayor simbolismo al proceder de uno de los protagonistas de las facciones que devastaron el país. Xi forma parte del reducido grupo de Guardias Rojos que han decidido reconocer sus cuitas en los últimos años, al que se unió en 2014 una de las figuras icónicas de ese movimiento, Song Binbin, la misma chica que le colocó el brazalete rojo a Mao Zedong en la Plaza de Tiananmen en agosto de 1966, dando lugar a una de las fotos más famosas del periodo.
La estremecedora confesión del Zhang Hongbing, un abogado de Pekín de 63 años, que en 2013 reconoció haber denunciado a su madre, fusilada por ello, causó una conmoción social. «Yo fui la causa de la muerte de mi madre. Nunca podré redimir mi culpa», escribió en su diario. Allí relató también cómo llegó a redactar un testimonio de 21 páginas para inculpar a su progenitora, a la que acusó de haber criticado a Mao.
«Es cierto que algunos hemos confesado, pero hay otros muchos ex Guardias Rojos que siguen defendiendo lo que ocurrió. El fantasma de la Revolución Cultural sigue vivo», apunta Xi Qingsheng.
Regresando en la historia, el vecino de Chongqing reconoce que él fue uno de los jóvenes «entusiastas» que creyó en las palabras de Mao. Llegó a ir hasta Pekín para participar en los ocho ingentes actos de masas en los que 13 millones de estudiantes rindieron pleitesía al líder comunista entre agosto y noviembre de 1966.
«Tenía 14 años y pensaba que era un momento glorioso. Que iba a ganar el comunismo.Me acuerdo que al verle en Tiananmen mis compañeros lloraban y gritaban ¡Viva el Presidente Mao!», rememora.
Al hablar se levanta del sillón y recrea la postura que obligaban a adoptar a sus profesores en las sesiones de humillación que sufrían. Xi se inclina hacia adelante y extiende hacia atrás los brazos. Lo apodaban 'el avión'. «Les colocábamos un gorro de papel en la cabeza donde decía: capitalista. El profesor estaba aterrorizado porque todos estábamos muy exaltados. Pensaba que le íbamos a matar. Hicimos 'confesar' a un 80% de nuestros profesores», dice.

Una de las ciudades más afectadas

El miedo de los maestros de Xi no era infundado. Un número ingente de enseñantes fueron asesinados, aunque se desconoce la cifra exacta. Las represalias contra los educadores fueron sólo una mínima parte de los desmanes que se produjeron hasta que concluyó este proceso en 1976 y que incluyen hasta canibalismo.
En Chongqing, los recuerdos de la Revolución Cultural son especialmente polémicos, ya que fue una de las ciudades que más estragos sufrió a causa del caos que provocó la movilización apadrinada por Mao.
Aquí, los Guardias Rojos se dividieron en dos facciones -el citado Grupo 8.15 y Rebeldes hasta el final (conocidos como los Fandaodi)- y, tras apoderarse de las armas que producían las factorías militares instaladas en la villa, se enzarzaron en «una guerra civil como la de Siria», en palabras de Xi Qingsheng.
Mientras conduce, señala hacia los rascacielos y modernas autovías que hoy caracterizan el distrito de Shapingba y dice: «Todo esto era el campo de batalla, quedó arrasado».
Al principio los grupos opuestos se insultaban o terminaban a mamporros. Pero la disputa continuó 'in crescendo' como «una pareja que se pelea y llega al divorcio», apunta el ex Guardia Rojo. «Ellos decían que nosotros éramos revisionistas y viceversa», añade.
Las milicias enfrentadas escenificaron su ruptura con cañones, ametralladoras antiaéreas, tanques y barcos reforzados con artillería. Los historiadores locales indican que tan sólo en agosto de 1967 los grupos paramilitares dispararon 10.000 obuses en la ciudad, provocando la huida de decenas de miles de civiles.
«Fue una guerra muy extraña. Todos éramos seguidores de Mao, del mismo partido y de la misma ideología, pero se dividieron hasta las familias. Mi padre era de 8.15 y yo de Fandaodi», relata Xi. El cementerio de Shapingba resume las contradicciones que mantiene el liderazgo chino en torno a esos años de tumulto. Durante la confrontación bélica fue uno de los principales destinos de enterramiento para la camarilla de los 8.15, que controlaban el área.
En 1985, el entonces jefe local del PCC, Liao Bokang, decidió preservarlo cuando muchos exigían su desaparición y en 2009 fue incluido en la lista de monumentos protegidos del legado histórico de la metrópoli. Pero casi de inmediato se restringió la entrada al camposanto, especialmente después de que en su interior aparecieran pintadas proclamando la formación de un hipotético «Nuevo Partido Comunista».

Visión 'idílica' de las autoridades chinas

«Este cementerio es una sombra en la visión idílica de la villa que pretenden dar las autoridades y por eso quieren que la gente se olvide de su existencia. El Gobierno comprende que [la Revolución Cultural] fue un enorme error pero se mantiene aferrado a la ambigüedad», opina un intelectual nativo de Chongqing, que no quiere dar su nombre. «La Revolución Cultural puede parecer algo distante pero las cicatrices en el corazón de la gente todavía tienen que cerrarse», asevera Zeng Zgong, un historiador de 58 años, que ha pasado varios de ellos estudiando el origen del camposanto de Chongqing.
El lugar se ha convertido incluso en motivo de inspiración de una iconoclasta colección de fotografías de un artista que consiguió llevar hasta el emplazamiento a varias modelos ataviadas con los uniformes de los Guardias Rojos, y que aparecen casi desnudas en las obras resultantes.
Varias exhiben los cuerpos de las féminas medio sumergidos entre cientos de insignias rojas con el rostro de Mao o tumbados entre las sepulturas, en lo que podría interpretarse como un signo de desplante hacia el legado del dirigente.
La muestra fue censurada en Shaghai y nunca ha podido presentarse en un museo oficial.
Sin embargo, la doctrina oficial del PCC es la que expresó su sucesor, Deng Xiaoping, para el que Mao tuvo un «70% de aciertos y un 30% de errores». «Debería ser al revés. Él fue el responsable de la Revolución Cultural», clama Xi Qingsheng.
Como casi todos los Guardias Rojos, Xi terminó sufriendo años de «reeducación» en la campiña donde se vio sometido a todo tipo de carencias y acabó aborreciendo el movimiento en el que había participado. «El poder nos manipuló y nos obligó a sacrificarnos por sus intereses».

viernes, 1 de abril de 2016

ARTE RUPESTRE

En 1881 fueron calificadas como una falsificación de su descubridor, Marcelino Sanz de Sautuola efectuada en su prospección de 1876

La verdad sobre el falso fraude de las pinturas rupestres de Altamira

'Altamira' de Hugh Hudson, hoy en cines.
Sus descubridores murieron en el más absoluto descrédito después de ser acusados de haber falsificado las pinturas
Hoy está casi olvidado el hecho de que los descubridores de las pinturas rupestres de Altamira murieran en el más absoluto descrédito, pues se les consideraba autores de una monumental superchería hasta que, en 1902, el historiador francés Cartailhac se retractó públicamente de haber negado la autenticidad de las pinturas. Ponía así fin a un debate que había amargado los últimos años de los descubridores de la cueva y de los defensores de su integridad profesional.
Afirmar la autenticidad de estas pinturas significó para el catedrático de la Universidad de Madrid Juan Vilanova y Piera uno de los peores baldones de su carrera, pues hubo de sufrir la indiferencia de sus colegas, cuando no el ataque directo, y vio cómo se extendía su desprestigio en escenarios nacionales e internacionales.
La polémica cueva de Altamira había pasado inadvertida durante siglos, pues una serie de derrumbamientos habrían cegado su entrada, hasta que, quizá por las detonaciones de una cantera cercana, se produjo una grieta, descubierta en 1868 por Modesto Cubillas, aparcero de Marcelino Sanz de Sautuola, propietario de estas tierras, a quien comunicó el hallazgo. Sautuola poseía una amplia formación científica, especialmente en ciencias naturales, y sentía gran atracción por la prehistoria, pero no realizó la primera prospección de la cueva hasta 1876.
Dos años después, visitó las exposiciones del Pabellón de Ciencias Antropológicas de la Exposición Universal de París y, en 1879, mientras excavaba acompañado de su hija María, ésta le comentó: "Papá, allí hay bueyes pintados". El reconoció que no se le habría ocurrido nunca mirar el techo de la cueva, pues lo que hacía era buscar en el suelo materiales líticos y restos de la presencia humana. Pero ante la visión de aquellos dibujos, los relacionó inmediatamente con los bellos objetos de arte mobiliario observados en la exposición parisina.

Santander en la mira internacional

Inmediatamente, comunicó su descubrimiento al catedrático de Paleontología de la Universidad Central y una de las principales autoridades de la prehistoria, el valencianoJuan Vilanova y Piera, quien informó de ello a la Sociedad Geográfica. Tras recibir los Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander, de Sautuola, comunicó el hecho a la Sociedad Española de Historia Natural, donde se valoró justamente el hallazgo y se acordó solicitar al ministro de Fomento que "recompense como es debido estos servicios y estimule con su eficaz auxilio la exploración de esas cavernas".
Este comisionó a Vilanova para que valorara los descubrimientos in situ, lo que hizo en septiembre de 1880 y desde entonces se convirtió en su mayor publicista, al glosar su importancia en dos conferencias en Santander, donde ya advirtió que las pinturas "sin género alguno de duda han de motivar las más serias discusiones, mezcladas tal vez de dudas, de sospechas y de no escasa crítica". Y es que no debemos olvidar que en esos momentos, las falsificaciones eran moneda corriente en el mundo de las antigúedades.
En el ámbito internacional, informó de ello ante IX Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistóricas que se celebró en Lisboa en septiembre de 1880, donde encontró el escepticismo mal disimulado de los asistentes y no consiguió que ninguno de ellos le acompañara a visitar las pinturas, para lo cual contaba con una subvención del Estado. En los meses siguientes, recibió el apoyo de prehistoriadores tan prestigiosos como Henri Martin y Emile Cartailhac.

Primeras dudas y censuras

La espectacularidad del descubrimiento no podía pasar desapercibida a la opinión pública y pronto se desató el interés por las pinturas y la discusión acerca de su interpretación. Mientras los espíritus más nacionalistas saludaban con entusiasmo la confirmación de la precocidad del genio español, las refutaciones responderían a que los prehistoriadores europeos no podían admitir la perfección de un arte primitivo realizado por el hombre salvaje, pues iba en contra de las ideas evolucionistas, entonces imperantes, de progreso gradual de la cultura.
Al mismo tiempo, se habían despertado los recelos, cuando no una cierta repulsa, debido a las posturas creacionistas de sus defensores y a la previsible utilización que pudieran hacer de las pinturas con el fin de sostener sus tesis. La primera censura vino, en septiembre de 1880, de la mano del erudito cántabro Ángel de los Ríos, en las páginas del diario santanderino El Impulsor, donde arremetía contra la antiguedad de las pinturas y contra la prehistoria en general, abriendo así una viva polémica con Sautuola en los diarios locales.

Perfección sospechosa

El público conoció la espectacularidad y belleza de las pinturas por el artículo de Miguel Rodríguez Ferrer, acompañado de las ilustraciones de José Argumosa, aparecido en La Ilustración Española y Americana, en octubre de 1880. Francisco Quiroga y Rafael Torres Campos inspeccionaron la cueva y negaron su autenticidad en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (16 de noviembre de 1880) por la perfección de la técnica y de su ejecución.
También Cartailhac envió a Edouard Harlé en 1881 para disipar dudas y éste le envió un primer informe, utilizado por aquél para desmentir a Vilanova, que había vuelto a proponer sus tesis en el Congreso de la Asociación Francesa para el Progreso de las Ciencias reunido en Argel ese mismo año, con el deseo de conseguir una sanción internacional a sus tesis que le ayudara a acallar las críticas internas. Su protesta no sirvió de nada ante una denuncia realizada por alguien que no había visto las pinturas y tampoco consiguió que ninguno de los asistentes aceptara su invitación para visitarlas.
Ese verano apareció publicado el demoledor artículo de Harlé en la revista dirigida por Cartailhac, donde denunciaba que se trataba de un fraude realizado entre las dos primeras visitas de Sautuola, en 1876 y 1879. La primera persona que inspeccionó la cueva, Gabriel de Mortillet, se adhirió a la censura de Cartailhac. La consecuencia fue que el grupo más influyente de la prehistoria francesa rechazó la autenticidad de las pinturas. El enorme prestigio de estos investigadores hundió la reputación de Vilanova en Europa y en España. Tuvieron que transcurrir veinte años para que nuevos descubrimientos, ésta vez en Francia, le diesen la razón.
En la década de 1880, como ha puesto de relieve Francisco Pelayo, se produjo un duro enfrentamiento ideológico entre los miembros de la Sociedad Española de Historia Natural, con motivo principalmente de la teoría de la evolución. Esta polémica, junto a la oposición internacional, enrarecieron las posturas científicas de algunos socios ante el tema de Altamira.

Estudio en profundidad

En 1882, en el seno de la Sociedad, Jiménez de la Espada y Pérez Arcas pusieron de relieve la importancia del descubrimiento, lamentaron el descuido en que se hallaba el estudio de la cueva, y propusieron un estudio en profundidad para evaluar la autenticidad de las pinturas, mediante el examen de los restos de fósiles de bisonteshallados en la cueva y su comparación con los dibujos y con las dos especies actuales.
Por otro lado, en el Congreso de Antropología de Berlín y en la Asamblea de la Asociación Francesa para el Progreso de las Ciencias, reunida en La Rochelle (1882), a los que Vilanova no pudo asistir, el prehistoriador prusiano F. Jagor defendió públicamente la autenticidad de las pinturas.
En la Sociedad, fue Salvador Calderón y Arana quien, en 1884, recuperó el debate, sosteniendo que habrían sido ejecutadas tras la colonización de España por las civilizaciones orientales, alineándose así con las tesis orientalistas imperantes en la época. Ya no volvió a tratarse el asunto hasta 1886, en un escenario de claro enfrentamiento entre institucionistas y oficialistas, o lo que es lo mismo entre evolucionistas y fijistas. A principios de ese año, Vilanova informó del hallazgo de importantes materiales prehistóricos en hueso en unas cuevas cercanas a la gruta de la Virgen de Lourdes, que tenían incisos dibujos análogos a los de Altamira.
Poco después, el institucionista Augusto González de Linares -amigo de Sautuola y discípulo de Vilanova-, en una disertación de corte perfectamente darwinista, planteó la posibilidad de que las pinturas estuvieran ejecutadas por los mismos hombres que tallaron los objetos que se encontraban en el suelo de la cueva. Su discurso fue agradecido por Vilanova, quien apeló de nuevo a la relación existente entre arte mobiliar y parietal.
Pasado el verano, el también institucionista Calderón se reafirmó en la postura expresada anteriormente y en una sesión del mes de noviembre, Vilanova se quejó del olvido en que había dejado Cartailhac las pinturas de Altamira en su reciente libro sobre prehistoria peninsular. Pero el ataque más directo se produjo en una intervención del director de la Calcografía Nacional, Eugenio Lernús y Olmo, en la que refirió su visita a la cueva y acusó de fraude a Vilanova. Afirmó que las pinturas respondían a "la expresión que daría un mediano discípulo de la escuela moderna" y mencionó al pintor mudo francés, Ratier, que había pasado una temporada en la zona en la época del descubrimiento.
De nada sirvieron las protestas de Vilanova ni sus razones sobre la similitud de las figuraciones magdalenienses de la Revue Historique, fundada en 1876 en oposición a la Revue des Questions Historíques, órgano de la escuela histórica católica y legitimista. En el campo de las ciencias de la Tierra, frente a la competencia de la escuela de Ingenieros de Minas de Freiberg, los discípulos de los grandes naturalistas de la Ilustración, desplegaron una investigación de altísimo nivel, sobre todo i en los campos más básicos en cuanto al conocimiento del terreno, no tan determinado por sus aplicaciones mineras: geología, geomorfología, paleontología e, incluso, la prehistoria y la antropología humana.

Enfrentamiento ideológico

Así, el catecismo metódico e hipercrítico hacia los excesos de autores ultracon-servadores galos y de una investigación española que se miraba con recelo, unido al ambiente de enfrentamiento ideológico que dividía la prehistoria, pero también todas las distintas disciplinas biológicas, explican esta actitud de recelo primero, luego de rechazo acerca de la autenticidad de unas pinturas, que sólo comenzó a ser aceptada cuando aparecieron muestras de arte rupestre en el propio suelo galo: país mucho más desarrollado y "fiable" que España, al tiempo que ya se habían multiplicado los ejemplos de arte mobiliario.
Y es que Altamira ponía en duda una de las premisas sobre la cual se había fundamentado el estudio de la prehistoria: la certeza de que hubiese una prehistoria universal común a todos los seres humanos y de que todo fuese un proceso evolutivo hacia un objetivo común.
El descubrimiento de las pinturas rupestres fue precisamente el resorte que levantó una polémica entre los defensores de la progresión, dominante entre el colectivo de prehistoriadores franceses, y los que abrían la posibilidad de la decadencia y la regresión, que se extendía entre los especialistas británicos, pues el argumento que iba a dilucidar este enfrentamiento era si realmente existían pruebas reales, arqueológicas, de la decadencia y la regresión o si se trataba meramente de una elucubración, al proyectar sobre la prehistoria procesos que se habían producido en épocas posteriores.
Las pinturas rupestres constituían esta prueba, que los defensores de un modelo evolutivo impugnaron vehementemente, hasta que nuevos descubrimientos hicieron que se fuera abandonando la idea de una secuencia cultural evolutiva, para ir asumiendo que los logros culturales se habían producido en columnas paralelas.